Diálogos ciudadanos en Alto Caracol promueven saberes científicos y tradicionales sobre el territorio

“Agüita de la Perdiz» es un barrio incrustado en el Cerro Caracol de Concepción, que colinda con el Barrio Universitario de la ciudad, cuyo diseño urbano -desde su fundación en la década de los 60- ha sido levantado por sus propios pobladores, adaptando la topografía del lugar a sus necesidades, con mucha creatividad. El cerro provee a esta comunidad suelo, leña, alimento y agua.

Pero no es cualquier barrio, la biodiversidad del lugar provee un suelo fértil y abundancia de acuíferos, de allí que el nombre de la localidad esté asociado a una vertiente natural que emana en la zona. Y así como el cerro ofrece múltiples servicios a las y los pobladores, también conlleva riesgos, como incendios forestales, derrumbes, caídas de árboles y torrentes de agua en época de lluvias.

En este contexto, un grupo de profesionales y agrupaciones locales conformaron el año 2019 una ‘asamblea’ amplia y diversa, con el fin de organizarse frente a los desafíos urbanos y medioambientales. Desde los mismos residentes surgió la idea de postular -a través de la Junta de Vecinos Agüita de la Perdiz- al Concurso de Proyectos del Programa Ciencia Pública, con la iniciativa “Diálogos ciudadanos en el Alto Caracol: biocultura  urbana”, y fue uno de los cinco proyectos adjudicados en la categoría dirigida a organizaciones comunitarias. Durante el 2021 han estado en plena ejecución.

La geóloga, académica y directora del proyecto comunitario, Verónica Oliveros, destaca que “lo que nos motivó a todos por igual fue cómo el saber de lo cotidiano se va mezclando con el saber científico, es decir, desde la biocultura”.

Por ello esperan compartir conocimientos que permitan comprender los riesgos naturales del ecosistema, aprovechar de manera sustentable los recursos del lugar y disminuir la segregación social, a través encuentros entre investigadores, investigadoras y los pobladores. 

Y es que, pese a su cercanía con la Universidad de Concepción, su relación histórica con el barrio no es estrecha, y las instancias de cooperación no han involucrado el intercambio de saberes. “A través de este proyecto hemos podido conocernos y abordar este tejido social necesario para la convivencia”, declara Oliveros.

Graciela Silva, educadora de párvulos y directora del Centro Comunitario Luterano -otra de las organizaciones asociadas al proyecto- explica que el proyecto ha considerado varias etapas y acciones durante su ejecución. Entre ellas los talleres denominados ‘diálogo de saberes’, donde han abordado los cinco ejes temáticos principales: biodiversidad, alimentación, leña, agua y conservación. 

En cada instancia se han reunido expertos locales y especialistas de la comunidad científica junto a escolares de entre 6 y 13 años y -en actividades similares- con grupos de adultos y familias. La información recopilada les permitirá diseñar en conjunto un mapa ilustrado del Alto Caracol y una ruta biocultural.

El proyecto reúne a diversas organizaciones, que se suman a la Junta de Vecinos. Entre ellas la Universidad de Concepción, que colabora con investigadores a cargo de la gestión de los diálogos, talleres y asesoría para la confección del mapa y la ruta biocultural; el Centro Comunitario Luterano y Jardín Infantil Los Sobrinitos, la Escuela Básica Luis Muñoz Burboa, el Colegio Mozart schule y la Asamblea ambiental del Biobío.

Biocultura

Desde el equipo del proyecto explican que el concepto de biocultura reconoce la profunda interrelación que existe entre la diversidad ecológica y la diversidad cultural. Eso significa que la biodiversidad de los territorios no es sólo resultado de la ausencia de intervención humana, sino también del uso y cuidado que las personas hacen de la misma naturaleza y del patrimonio cultural de los pueblos.  

El Cerro Caracol es un ecosistema importante, un verdadero pulmón verde de Concepción, que alberga un bosque esclerófilo costero, animales tales como pudúes, coipos y zorros, además de la ranita de Darwin, el monito del monte y aves como el chucao y el fiofio. Forma parte del Parque Nacional Nonguén, que se extiende hasta el centro de la ciudad, con variantes de agua como humedales, vertientes y el Estero Cárcamo. 

El barrio está constituido por una población vulnerable altamente resiliente, integrado por trabajadores y trabajadoras, vendedores ambulantes, proveedores de servicios técnicos y oficios independientes y estudiantes. Las familias habitan desde hace varias generaciones ese territorio y han desarrollado una cultura íntimamente ligada a los cerros, a los recursos que éstos proveen, a su paisaje y también a sus riesgos.

Un grupo privilegiado de beneficiarios del proyecto son los niños y niñas provenientes de los establecimientos educacionales ubicados en el sector aledaño al Cerro Caracol. “En las primeras caminatas, junto con el reconocimiento de especies del lugar, hemos visto que los más pequeños han recuperado una experiencia patrimonial y emocional”, señala Graciela Silva. También han realizado conversatorios, lecturas de cuentos y un concurso literario que tuvo una muy buena respuesta de la comunidad.

Toda la experiencia confluye en el Mapa Biocultural. Desde el equipo del proyecto destacan que será una herramienta para invitar a los pobladores a reconocer y recuperar el cerro como un espacio de recreación y vida, fomentando el diálogo, el deporte, y la valoración de la naturaleza, la cultura y la ciencia. Quedará en manos de las organizaciones locales que están vinculadas al proyecto, para que estén disponibles de manera permanente para la comunidad y puedan usarse en los distintos proyectos que se realicen con el cerro.

Pero ese parece ser solo el comienzo. Desde el proyecto ya vislumbran la posibilidad de instalar señalética en la ruta, mantener la relación entre pobladores e investigadores de la universidad, apoyar a organizaciones de otras comunas interesadas en replicar la experiencia y documentar la experiencia a través de un artículo académico.

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